domingo, 26 de febrero de 2012

Antecedentes del Romanticismo


Fernando Montesdeoca             

                El arte cortesano evoluciona desde fines del Renacimiento, señala Arnold Hauser, cosa que más o menos ya sabemos. Se refiere, claro, a un arte cortesano distinto al de las cortes de la Edad Media; porque en la Edad Media hubo reinos importantes que generaron una cultura cortesana alrededor de los reyes y la aristocracia; pero una de las principales diferencias es que estos reinos no conformaban estados nacionales, y no constituían un poder centralizado estable, ya que éste dependía de las alianzas con los señores feudales, que a veces competían en poder con los reyes y hasta les echaban grilla.
                Lo que sucede durante el Renacimiento es que algunos reinos han acumulado poder, territorio y recursos en base a alianzas, guerras, y tranzas también, como siempre. La guerra misma de la que tanto presumían, porque eran fuente de prestigio social y privilegios, era una manera de conseguir recursos, eliminar competidores, y hasta de llevarse un par de chavas de repuesto. No, bueno, es un decir. El caso es que así es como crecieron esos reinos, hasta convertirse en los primeros estados nacionales europeos. Tal es el caso, en España, del reino de Castilla, cuyo predominio se consolida al unirse al reino de Aragón, para conformar el estado español bajo el reinado de los reyes católicos, ¿no es cierto?
                Este arte cortesano expresa sus ideales a través del clasicismo, presente en el Barroco, sobre todo, y en el Rococó. El Barroco se caracteriza por lo monumental y lo solemne-ceremonial, cargado de un sentido de emocionalidad trascendente, que refleja la grandeza indiscutible que la aristocracia se atribuía a sí misma. Decían que gobernaban por derecho divino, y este derecho se heredaba a través de los lazos familiares. Se sentían, o al menos se mandaban retratar y hacerse esculturas, como si fueran héroes del tamaño de los semidioses de la Antigüedad.
                Los edificios que construían, las pinturas que encargaban, las obras que los músicos componían para ellos, lo mismo que las ceremonias, los entretenimientos y las megafiestas en que vivían inmersos, muestran su modo de vida y sus ideales; pero, por más eternos e intocables que parecieran, y por más absurdos que fueran sus caprichos, su poder no era tan sólido, a pesar de que se trataba, ni más ni menos, que de la época del Absolutismo. Desde el siglo XVII, en plena época del rey Sol, Luis XIV, ya existía la crítica a la aristocracia, que es al mismo tiempo la crítica del clasicismo. ¿Saben por qué le decían rey Sol? Hay muchas teorías posibles: ¿porque era la luz de sus súbditos?, ¿porque iluminaba con su sabiduría al mundo?, ¿porque deslumbraba de belleza?, ¿porque todos giraban alrededor de él? ¿No?
                Esta época es la misma del intrigante cardenal Richelieu y de Los tres mosqueteros, que es una novela romántica posterior, del siglo XIX, de Alejandro Dumas. Léanla, de veras. Es una novela de aventuras, casi podríamos decir que para niños, pero es bastante buena.
                Uno de los críticos de la aristocracia, en esta época anterior a la Ilustración es François Fenelón, quien hace su crítica a pesar de ser preceptor del nieto del rey; incluso el rey, poco después, lo nombra arzobispo. Su crítica la hace directamente al rey a través de una carta, en donde entre muchas otras barbaridades (todas justificadas) le dice que
«ha introducido en la corte un lujo monstruoso e incurable», «ha empobrecido a toda Francia», y lo acusa también de «haber llevado a cabo guerras que sólo tenían por razón un motivo de gloria y de venganza». Por lo visto no era muy fijado el rey Sol, o le tenía bastante paciencia a Fenelón, porque por menos que eso ejecutaban a la gente o la mandaban a prisión por el resto de sus días.

Los burgueses, e incluso los burgueses con gran poder económico, eran discretas personitas ordenadas, trabajadoras, buenos católicos, que amaban a sus espositas y sus hijos, pero que giraban alrededor del dinero y que explotaban a los pobres que no tenían mayores oportunidades para cambiar sus condiciones. Como ahora, pero peor. Claro, los burgueses siempre han sido buenos para echar porras y hacerle creer a los pobres que si trabajaban mucho iban a ser como ellos. A lo mejor a los pobres ni les interesaba ser como ellos, aunque sí tener algo más de dinero y de cosas para vivir mejor. Un típico (y caricaturizado) burgués es el Mr. Scrooge de “Un cuento de Navidad”, de Dickens (aunque es un burgués ya del siglo XIX; pero la verdad, nunca cambian).
Otro de los críticos de la aristocracia fue Pierre Bayle, considerado la gran figura de la primera Ilustración, quien ya desde fechas tan tempranas como 1684 sentó las bases para una moral o ética no dependientes de la religión; y que desde 1695, antes de los enciclopedistas, preparaba ya un Diccionario histórico y crítico.
El caso es que la crítica a la aristocracia y su clasicismo en el arte representan un impulso constante de lo que Hausser llama la disolución del arte cortesano, y que se manifiesta por la presencia de rasgos del subjetivismo burgués.
Pero, a ver, en qué consiste eso que Hauser llama el “subjetivismo burgués”. ¿Acaso no existía lo subjetivo entre la aristocracia? Lo subjetivo es lo que se refiere al sujeto, o mejor, lo que nos muestra como sujetos individuales, y ciertamente los aristócratas no dejaban de ser sujetos, con una colección de diversas personalidades, vivencias emocionales y una buena cantidad de vicios y también, al modo de cada quien, de virtudes.
Lo que sucede es que en el arte cortesano no se revelaban sino los ideales aristocráticos de grandeza, que como ya se dijo, se conectaban con el heroísmo y el papel casi divino de sus representantes. No reflejaban nada, o casi nada, de la vida cotidiana de estas personas, sino que, más bien, se trataba de su “imagen oficial”.
En cambio, el mundo burgués, hasta cierto punto, se interesaba más en el individuo, en su vida íntima y sus sentimientos, ya que dependía de ellos, porque hay que recordar que los burgueses fueron, en un principio, artesanos que producían manufacturas, que comercializaban, y por lo tanto distribuían diversos productos, tanto básicos (alimentos), como utilitarios y hasta inútiles (telas, muebles, vestimenta y todo tipo de objetos lujosos). La aristocracia no; ella recibía por herencia sus beneficios y privilegios, eran dueños de tierras, de súbditos, destinos, impuestos y riquezas. ¿Y eso qué? Pues nada, que los burgueses, a fuerzas, necesitaban convencer a sus compradores, y por lo tanto conocerlos, en su diversidad, en sus gustos, en sus recursos y formas de vida. Necesitaban entrar en contacto directo con ellos, conversar, regatear y hasta  simpatizar. No es tan difícil entenderlo para nosotros, porque seguimos experimentándolo en cierto grado. En todo caso la publicidad de nuestra época usa todo su conocimiento de la psicología de sus clientes potenciales para atraernos (y hasta seducirnos). El burgués de la época del absolutismo y el predominio de la aristocracia vivía las interacciones cotidianas de la calle y de los mercados. Estaba en contacto con la gente, y en mucho, formaba parte de esa misma gente, cosa que no sucedía con los aristócratas, que vivían en un mundo paralelo y distante del pueblo.
Por otro lado los burgueses iban haciéndose más importantes, por su poder económico, y la influencia que éste podía tener en las esferas de la economía y la política, e incluso, comenzaban a influir en la visión del mundo de los propios los aristócratas. Es por ello que desde adentro del arte cortesano se empiezan a manifestar los gustos de la mentalidad burguesa.
Las cualidades de esta influencia son, como más o menos ya se dijo, la tendencia hacia lo íntimo y lo “gracioso”, es decir, no lo chistoso, sino lo “coqueto”, los detalles curiosos, tiernos, pintorescos, llenos de cotidianeidad, que representan a una mentalidad no heroica, en donde es más importante la expresión de lo personal, que las fórmulas preestablecidas. Comienzan a hacerse más presentes el emocionalismo y el naturalismo de lo espontáneo e inmediato, en contraposición al racionalismo y la grandiosidad clasicista de la aristocracia, y su gusto por el hedonismo y el libertinaje, representados, entre otros, por el marqués de Sade. El mundo burgués era, en cambio, más sobrio, dedicado al trabajo y a las obligaciones familiares.
A fin de cuentas, al aumentar las relaciones entre alta burguesía y aristocracia, se da un proceso de fusión que en buena medida tiende a producir una especie de clase social “mixta”. En especial la nobleza más baja tiende a la rebeldía frente a la alta nobleza y a identificarse con los intereses liberales burgueses. Así inicia la evolución, según Hauser, que  “culmina en los cambios sociales internos en Francia e Inglaterra” que por un lado se concretan en la Revolución Francesa, y por otro en el Romanticismo. Este proceso comienza a darse en el periodo conocido como la Regencia, en Francia, a inicios del siglo XVIII, entre 1715 y 1723.
Una evidencia de este proceso en la literatura es la evolución de la novela caballeresca a la novela pastoril, que se aproxima a la idea del realismo moderno. Es en este género pastoril en donde aparece la “primera auténtica novela de amor”, según Hauser: la Astrea, de Honoré d´Urfé.
Otra evidencia es la novela libertina, que se acerca al concepto del mundo de las clases medias. Un autor representativo es Choderlos de Laclós. Su novela Relaciones peligrosas (nada que ver con una telenovela que se llama igual), se adaptó al cine en los años ochenta, del siglo XX, y actúan Keanu Reeves, Uma Thurman, Glenn Close y John Malkovich. La dirigió Stephen Frears en 1988. No es difícil conseguirla. Otro autor es Restif de la Breton, más cercano al efecto erótico, y a la obra del maqués de Sade. La obra de estos autores es contemporánea a la Ilustración y cercana a la época de la Revolución Francesa, pues publican alrededor de los años de 1780. 

No hay comentarios: