Fernando Montesdeoca
El
arte cortesano evoluciona desde fines del Renacimiento, señala Arnold Hauser,
cosa que más o menos ya sabemos. Se refiere, claro, a un arte cortesano distinto
al de las cortes de la Edad Media; porque en la Edad Media hubo reinos
importantes que generaron una cultura cortesana alrededor de los reyes y la
aristocracia; pero una de las principales diferencias es que estos reinos no
conformaban estados nacionales, y no constituían un poder centralizado estable,
ya que éste dependía de las alianzas con los señores feudales, que a veces
competían en poder con los reyes y hasta les echaban grilla.
Lo
que sucede durante el Renacimiento es que algunos reinos han acumulado poder,
territorio y recursos en base a alianzas, guerras, y tranzas también, como
siempre. La guerra misma de la que tanto presumían, porque eran fuente de
prestigio social y privilegios, era una manera de conseguir recursos, eliminar
competidores, y hasta de llevarse un par de chavas de repuesto. No, bueno, es
un decir. El caso es que así es como crecieron esos reinos, hasta convertirse
en los primeros estados nacionales europeos. Tal es el caso, en España, del
reino de Castilla, cuyo predominio se consolida al unirse al reino de Aragón,
para conformar el estado español bajo el reinado de los reyes católicos, ¿no es
cierto?
Este
arte cortesano expresa sus ideales a través del clasicismo, presente en el Barroco,
sobre todo, y en el Rococó. El Barroco se caracteriza por lo monumental y lo
solemne-ceremonial, cargado de un sentido de emocionalidad trascendente, que
refleja la grandeza indiscutible que la aristocracia se atribuía a sí misma.
Decían que gobernaban por derecho divino, y este derecho se heredaba a través
de los lazos familiares. Se sentían, o al menos se mandaban retratar y hacerse
esculturas, como si fueran héroes del tamaño de los semidioses de la Antigüedad.
Los
edificios que construían, las pinturas que encargaban, las obras que los
músicos componían para ellos, lo mismo que las ceremonias, los entretenimientos
y las megafiestas en que vivían inmersos, muestran su modo de vida y sus
ideales; pero, por más eternos e intocables que parecieran, y por más absurdos
que fueran sus caprichos, su poder no era tan sólido, a pesar de que se trataba,
ni más ni menos, que de la época del Absolutismo. Desde el siglo XVII, en plena
época del rey Sol, Luis XIV, ya existía la crítica a la aristocracia, que es al
mismo tiempo la crítica del clasicismo. ¿Saben por qué le decían rey Sol? Hay
muchas teorías posibles: ¿porque era la luz de sus súbditos?, ¿porque iluminaba
con su sabiduría al mundo?, ¿porque deslumbraba de belleza?, ¿porque todos
giraban alrededor de él? ¿No?
Esta
época es la misma del intrigante cardenal Richelieu y de Los tres mosqueteros, que es una novela
romántica posterior, del siglo XIX, de Alejandro Dumas. Léanla, de veras. Es
una novela de aventuras, casi podríamos decir que para niños, pero es bastante
buena.
Uno
de los críticos de la aristocracia, en esta época anterior a la Ilustración es
François Fenelón, quien hace su crítica a pesar de ser preceptor del nieto del
rey; incluso el rey, poco después, lo nombra arzobispo. Su crítica la hace
directamente al rey a través de una carta, en donde entre muchas otras
barbaridades (todas justificadas) le dice que
«ha
introducido en la corte un lujo monstruoso e incurable», «ha empobrecido
a toda Francia», y lo acusa también de «haber llevado a cabo guerras que
sólo tenían por razón un motivo de gloria y de venganza». Por lo visto no
era muy fijado el rey Sol, o le tenía bastante paciencia a Fenelón, porque por
menos que eso ejecutaban a la gente o la mandaban a prisión por el resto de sus
días.
Los burgueses, e incluso los
burgueses con gran poder económico, eran discretas personitas ordenadas,
trabajadoras, buenos católicos, que amaban a sus espositas y sus hijos, pero
que giraban alrededor del dinero y que explotaban a los pobres que no tenían
mayores oportunidades para cambiar sus condiciones. Como ahora, pero peor.
Claro, los burgueses siempre han sido buenos para echar porras y hacerle creer
a los pobres que si trabajaban mucho iban a ser como ellos. A lo mejor a los
pobres ni les interesaba ser como ellos, aunque sí tener algo más de dinero y
de cosas para vivir mejor. Un típico (y caricaturizado) burgués es el Mr.
Scrooge de “Un cuento de Navidad”, de Dickens (aunque es un burgués ya del
siglo XIX; pero la verdad, nunca cambian).
Otro de los críticos de la
aristocracia fue Pierre Bayle, considerado la gran figura de la primera
Ilustración, quien ya desde fechas tan tempranas como 1684 sentó las bases para
una moral o ética no dependientes de la religión; y que desde 1695, antes de
los enciclopedistas, preparaba ya un Diccionario
histórico y crítico.
El caso es que la crítica a la
aristocracia y su clasicismo en el arte representan un impulso constante de lo
que Hausser llama la disolución del arte
cortesano, y que se manifiesta por la presencia de rasgos del subjetivismo
burgués.
Pero, a ver, en qué consiste eso
que Hauser llama el “subjetivismo burgués”. ¿Acaso no existía lo subjetivo
entre la aristocracia? Lo subjetivo es lo que se refiere al sujeto, o mejor, lo
que nos muestra como sujetos individuales, y ciertamente los aristócratas no
dejaban de ser sujetos, con una colección de diversas personalidades, vivencias
emocionales y una buena cantidad de vicios y también, al modo de cada quien, de
virtudes.
Lo que sucede es que en el arte
cortesano no se revelaban sino los ideales aristocráticos de grandeza, que como
ya se dijo, se conectaban con el heroísmo y el papel casi divino de sus
representantes. No reflejaban nada, o casi nada, de la vida cotidiana de estas
personas, sino que, más bien, se trataba de su “imagen oficial”.
En cambio, el mundo burgués,
hasta cierto punto, se interesaba más en el individuo, en su vida íntima y sus
sentimientos, ya que dependía de ellos, porque hay que recordar que los
burgueses fueron, en un principio, artesanos que producían manufacturas, que
comercializaban, y por lo tanto distribuían diversos productos, tanto básicos
(alimentos), como utilitarios y hasta inútiles (telas, muebles, vestimenta y
todo tipo de objetos lujosos). La aristocracia no; ella recibía por herencia
sus beneficios y privilegios, eran dueños de tierras, de súbditos, destinos,
impuestos y riquezas. ¿Y eso qué? Pues nada, que los burgueses, a fuerzas,
necesitaban convencer a sus compradores, y por lo tanto conocerlos, en su
diversidad, en sus gustos, en sus recursos y formas de vida. Necesitaban entrar
en contacto directo con ellos, conversar, regatear y hasta simpatizar. No es tan difícil entenderlo para
nosotros, porque seguimos experimentándolo en cierto grado. En todo caso la
publicidad de nuestra época usa todo su conocimiento de la psicología de sus
clientes potenciales para atraernos (y hasta seducirnos). El burgués de la
época del absolutismo y el predominio de la aristocracia vivía las
interacciones cotidianas de la calle y de los mercados. Estaba en contacto con
la gente, y en mucho, formaba parte de esa misma gente, cosa que no sucedía con
los aristócratas, que vivían en un mundo paralelo y distante del pueblo.
Por otro lado los burgueses iban
haciéndose más importantes, por su poder económico, y la influencia que éste
podía tener en las esferas de la economía y la política, e incluso, comenzaban
a influir en la visión del mundo de los propios los aristócratas. Es por ello
que desde adentro del arte cortesano se empiezan a manifestar los gustos de la
mentalidad burguesa.
Las cualidades de esta
influencia son, como más o menos ya se dijo, la tendencia hacia lo íntimo y lo
“gracioso”, es decir, no lo chistoso, sino lo “coqueto”, los detalles curiosos,
tiernos, pintorescos, llenos de cotidianeidad, que representan a una mentalidad
no heroica, en donde es más importante la expresión de lo personal, que las
fórmulas preestablecidas. Comienzan a hacerse más presentes el emocionalismo y
el naturalismo de lo espontáneo e inmediato, en contraposición al racionalismo
y la grandiosidad clasicista de la aristocracia, y su gusto por el hedonismo y
el libertinaje, representados, entre otros, por el marqués de Sade. El mundo
burgués era, en cambio, más sobrio, dedicado al trabajo y a las obligaciones
familiares.
A fin de cuentas, al aumentar
las relaciones entre alta burguesía y aristocracia, se da un proceso de fusión
que en buena medida tiende a producir una especie de clase social “mixta”. En
especial la nobleza más baja tiende a la rebeldía frente a la alta nobleza y a
identificarse con los intereses liberales burgueses. Así inicia la evolución,
según Hauser, que “culmina en los
cambios sociales internos en Francia e Inglaterra” que por un lado se concretan
en la Revolución Francesa, y por otro en el Romanticismo. Este proceso comienza
a darse en el periodo conocido como la Regencia, en Francia, a inicios del
siglo XVIII, entre 1715 y 1723.
Una evidencia de este proceso en
la literatura es la evolución de la novela caballeresca a la novela pastoril,
que se aproxima a la idea del realismo moderno. Es en este género pastoril en
donde aparece la “primera auténtica novela de amor”, según Hauser: la Astrea, de Honoré d´Urfé.
Otra evidencia es la novela
libertina, que se acerca al concepto del mundo de las clases medias. Un autor
representativo es Choderlos de Laclós. Su novela Relaciones peligrosas (nada que ver con una telenovela que se llama
igual), se adaptó al cine en los años ochenta, del siglo XX, y actúan Keanu
Reeves, Uma Thurman, Glenn Close y John Malkovich. La dirigió Stephen Frears en
1988. No es difícil conseguirla. Otro autor es Restif de la Breton, más cercano
al efecto erótico, y a la obra del maqués de Sade. La obra de estos autores es
contemporánea a la Ilustración y cercana a la época de la Revolución Francesa,
pues publican alrededor de los años de 1780.
No hay comentarios:
Publicar un comentario