martes, 13 de noviembre de 2012

Literatura fantástica


El sueño del rey

Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dogson)
(1832-1898)


--Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
—Nadie lo sabe.
—Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
—No lo sé.
—Desparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como un vela.

de Through the Looking Glass (1871)
en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).


            Un creyente
GEORGE LORING FROST

Escritor ingles, nacido en Brentford, en 1887.

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una
galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?
—Yo sí —dijo el primero y desapareció.

de Memorabilia (1923)

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).

Historia de los dos que soñaron
GUSTAV WEIL

Orientalista alemán, nacido en Slasburgo en 1808, muerto en Friburgo, en 1889.

Cuentan los hombres dignos de fe (pero solo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso
y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan
magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado
a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera
de su jardín y vio en un sueño a un desconocido que le dijo:
—Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros
de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin
a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir
en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por decreto de Dios
Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las
personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron,
hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros
huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre
de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:
—¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró:
—Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.
El juez le preguntó:
—¿Qué te trajo a Persia?
El hombre optó por la verdad y le dijo:
—Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna.
Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.
El juez se echó a reir.
—Hombre desatinado —le dijo—, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de
El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín y en el jardín, un reloj de sol y después del reloj de
sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira.
Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva
a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del
sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó.
Dios es el Generoso, el Oculto.


de Gesichte des Abbasidenchalifazts in Aegypten (1860-1862)

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).


Final para un cuento fantástico

I. A. Ireland (Inglés) (1871-1911)


—¡Qué extraño! —dijo la muchacha, avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada! —La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
—¡Dios mío! —dijo el hombre!. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
—A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.

de Visitations (1919)

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).

El gesto de la muerte
JEAN COCTEAU
(1891.1963)


Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta
noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la
muerte y le pregunta:
—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía
lejos de Ispahan esta mañana, donde debo tomarlo esta misma noche.

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).

El descuido

Martín Bubar

Nacido en Austria, en 1878; muerto en Isarael, en 1965. Historiador de la secta de los piadosos y filósofo existencialista.


Cuentan:
El rabí Elimeleki estaba cenando con sus discípulos. El criado le trajo un plato de sopa. El rabí lo volvió y la sopa se derramó sobre la mesa. El joven Mendel, que sería rabí de Rimanov, exclamó:
—Rabí, ¿qué has hecho? Nos mandarán a todos a la cárcel.
Los otros discípulos sonrieron y se hubieran reído abiertamente, pero la presencia del maestro los contuvo. Éste, sin embargo, no sonrió. Movió afirmativamente la cabeza y dijo a Mendel:
—No temas, hijo mío.
Algún tiempo después se supo que en aquel día un edicto dirigido contra los judíos de todo el país había sido presentado al emperador para que lo firmara. Repetidas veces el emperador había tomado la pluma, pero algo siempre lo interrumpía. Finalmente firmó. Extendió la mano hacia la arena de secar, pero tomó por error el tintero y lo volcó sobre el papel. Entonces lo rompió y prohibió que lo trajeran de nuevo.

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).

Historia de zorros

NIU CHIAO (siglo IX)

Wang vio dos zorros parados en las patas traseras y apoyados contra un árbol. Uno de
ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como compartiendo una broma.
Trató de espantarlos, pero se mantuvieron firmes y él disparó contra el del papel; lo
hirió en el ojo y se llevó el papel. En la posada, refirió se aventura a los otros huéspedes.
Mientras estaba hablando, entró un señor, que tenía un ojo lastimado. Escuchó con interés
el cuento de Wang y pidió que le mostrara el papel. Wang iba a mostrárselo, cuando el
posadero notó que el recién llegado tenía cola. ¡Es un zorro!, exclamó y en el acto el señor
se convirtió en un zorro y huyó.
Los zorros intentaron repetidas veces recuperar el papel, que estaba recubierto de caracteres
ininteligibles; pero fracasaron. Wang resolvió volver a su casa. En el camino se
encontró con toda su familia que se dirigía a la capital. Declararon que él les había ordenado
ese viaje, y su madre le mostró la carta en que le pedía que vendiera todas las
propiedades y se juntara con él en la capital. Wang examinó la carta y vio que era una hoja
en blanco. Aunque ya no tenía techo que los cobijara, Wang ordenó: Regresemos.
Un día apareció un hermano menor que todos habían tenido por muerto. Preguntó por
las desgracias de la familia y Wang le refirió toda la historia. Ah, dijo el hermano, cuando
Wang llegó a su aventura con los zorros, ahí está la raíz de todo el mal. Wang mostró el
documento. Arrancándoselo, su hermano lo guardó con apuro. Al fin he recobrado lo que
buscaba, exclamó y, convirtiéndose en zorro, se fue.

en Antología de la literatura fantástica, México: Editorial Hermes, ([1940] 1987), 441 pp. (comp.: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo).



miércoles, 23 de mayo de 2012

Tango del viudo

Pablo Neruda

OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.
Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.
Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.
Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.

No se culpe a nadie

No se culpe a nadie

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tonteria de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendria que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahi arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridiculo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izqulerda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, sunque su mano izquierda le duela cads vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fria, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.


de "Final de juego", Julio Cortázar 1956. © 1996 Alfaguara

Continuidad de los parques

Julio Cortázar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subio los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Residencia en la Tierra

Pablo Neruda (1904–1973)

Residencia en la tierra
(1925-1932):
Libro 1
Parte I

GALOPE MUERTO
COMO CENIZAS, COMO mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.

Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos de sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?

El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando
como una espada entre los indefensos.

Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?

Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.

ALIANZA (SONATA)
DE MIRADAS POLVORIENTAS caídas al suelo
o de hojas sin sonido y sepultándose.
De metales sin luz, con el vacío,
con la ausencia del día muerto de golpe.
En lo alto de las manos el deslumbrar de mariposas,
el arrancar de mariposas cuya luz no tiene término.

Tú guardabas la estela de luz, de seres rotos
que el sol abandonado, atardeciendo, arroja a las iglesias.
Teñida con miradas, con objeto de abejas,
tu material de inesperada llama huyendo
precede y sigue al día y a su familia de oro.

Los días acechando cruzan en sigilo
pero caen adentro de tu voz de luz.
Oh dueña del amor, en tu descanso
fundé mi sueño, mi actitud callada.

Con tu cuerpo de número tímido, extendido de pronto
hasta cantidades que definen la tierra,
detrás de la pelea de los días blancos de espacio
y fríos de muertes lentas y estímulos marchitos,
siendo arder tu regazo v transitar tus besos
haciendo golondrinas frescas en mi sueño.

A veces el destino de tus lagrimas asciende
como la edad hasta mi frente, allí
están golpeando las olas, destruyéndose de muerte:
su movimiento es húmedo, decaído, final.

CABALLO DE LOS SUEÑOS
INNECESARIO, VIÉNDOME EN los espejos
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.

Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.

Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.

Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilios,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:
un sabor que tengo en el alma me deprime.

Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.

Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias.

domingo, 4 de marzo de 2012

Poesía romántica española


Gustavo ADOLFO BÉCQUER


RIMA LII
    Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
        ¡llevadme con vosotras!

  Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
        ¡llevadme con vosotras!

  Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
        ¡llevadme con vosotras!.

  Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
        con mi dolor a solas!.


RIMA I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.


RIMA II
Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.


RIMA VIII
Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho.

Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.


En el mar de la duda en que bogo
ni aun sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.


RIMA XI
—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
                                      —No es a ti, no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
                                      —No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
                                      —¡Oh ven, ven tú!


RIMA XV
                                         [Tú y yo.
                                                         Melodía.]

Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz:
     eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
¡como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
     del lago azul!

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
     ¡eso soy yo!

Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
¡tras una sombra, tras la hija ardiente
     de una visión!.


RIMA LIII
   Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
        jugando llamarán.

  Pero aquellas que el  vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
        ¡esas... no volverán!.

  Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
        sus flores se abrirán.

  Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
        ¡esas... no volverán!

  Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
        tal vez despertará.

  Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
        ¡así... no te querrán!




Nicasio Álvarez Cienfuegos



La desconfianza



Las rosas que ya marchitas




de ti con desdén alejas,




la aurora me vio cortarlas,




y hermosas jóvenes eran.




Vivieron: fue para siempre
 5



su honor y antigua belleza




¡ay, todo cual sombra pasa,




y el ser a la nada lleva!




Vendrá el agosto abrasado




ahogando flores; y, muertas
 10



sus hijas, a otras regiones




volará la primavera.




En pos el maduro otoño,




mostrando su faz risueña,




hará que el lánguido estío
 15



bajo sus pámpanos muera.




Mas el aquilón bramando




se arrojará de las sierras,



-16-


y lanzando estéril yelo,




cubrirá de horror la tierra.
 20



Así la lóbrega noche




sucede a la luz febea,




las risas a los lamentos,




y a los placeres las penas.




Es el universo entero
 25



una inconstancia perpetua:




se muda todo; no hay nada




que firme y estable sea.




Y en medio a tantos ejemplos




que triste mudanza enseñan
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¡ay Filis! ¿tu pecho solo




tendrá en amarme firmeza?






José de Espronceda

SONETO

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi vena
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

José Zorrilla


CORRIENDO VAN POR LA VEGA

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.


domingo, 26 de febrero de 2012

Antecedentes del Romanticismo


Fernando Montesdeoca             

                El arte cortesano evoluciona desde fines del Renacimiento, señala Arnold Hauser, cosa que más o menos ya sabemos. Se refiere, claro, a un arte cortesano distinto al de las cortes de la Edad Media; porque en la Edad Media hubo reinos importantes que generaron una cultura cortesana alrededor de los reyes y la aristocracia; pero una de las principales diferencias es que estos reinos no conformaban estados nacionales, y no constituían un poder centralizado estable, ya que éste dependía de las alianzas con los señores feudales, que a veces competían en poder con los reyes y hasta les echaban grilla.
                Lo que sucede durante el Renacimiento es que algunos reinos han acumulado poder, territorio y recursos en base a alianzas, guerras, y tranzas también, como siempre. La guerra misma de la que tanto presumían, porque eran fuente de prestigio social y privilegios, era una manera de conseguir recursos, eliminar competidores, y hasta de llevarse un par de chavas de repuesto. No, bueno, es un decir. El caso es que así es como crecieron esos reinos, hasta convertirse en los primeros estados nacionales europeos. Tal es el caso, en España, del reino de Castilla, cuyo predominio se consolida al unirse al reino de Aragón, para conformar el estado español bajo el reinado de los reyes católicos, ¿no es cierto?
                Este arte cortesano expresa sus ideales a través del clasicismo, presente en el Barroco, sobre todo, y en el Rococó. El Barroco se caracteriza por lo monumental y lo solemne-ceremonial, cargado de un sentido de emocionalidad trascendente, que refleja la grandeza indiscutible que la aristocracia se atribuía a sí misma. Decían que gobernaban por derecho divino, y este derecho se heredaba a través de los lazos familiares. Se sentían, o al menos se mandaban retratar y hacerse esculturas, como si fueran héroes del tamaño de los semidioses de la Antigüedad.
                Los edificios que construían, las pinturas que encargaban, las obras que los músicos componían para ellos, lo mismo que las ceremonias, los entretenimientos y las megafiestas en que vivían inmersos, muestran su modo de vida y sus ideales; pero, por más eternos e intocables que parecieran, y por más absurdos que fueran sus caprichos, su poder no era tan sólido, a pesar de que se trataba, ni más ni menos, que de la época del Absolutismo. Desde el siglo XVII, en plena época del rey Sol, Luis XIV, ya existía la crítica a la aristocracia, que es al mismo tiempo la crítica del clasicismo. ¿Saben por qué le decían rey Sol? Hay muchas teorías posibles: ¿porque era la luz de sus súbditos?, ¿porque iluminaba con su sabiduría al mundo?, ¿porque deslumbraba de belleza?, ¿porque todos giraban alrededor de él? ¿No?
                Esta época es la misma del intrigante cardenal Richelieu y de Los tres mosqueteros, que es una novela romántica posterior, del siglo XIX, de Alejandro Dumas. Léanla, de veras. Es una novela de aventuras, casi podríamos decir que para niños, pero es bastante buena.
                Uno de los críticos de la aristocracia, en esta época anterior a la Ilustración es François Fenelón, quien hace su crítica a pesar de ser preceptor del nieto del rey; incluso el rey, poco después, lo nombra arzobispo. Su crítica la hace directamente al rey a través de una carta, en donde entre muchas otras barbaridades (todas justificadas) le dice que
«ha introducido en la corte un lujo monstruoso e incurable», «ha empobrecido a toda Francia», y lo acusa también de «haber llevado a cabo guerras que sólo tenían por razón un motivo de gloria y de venganza». Por lo visto no era muy fijado el rey Sol, o le tenía bastante paciencia a Fenelón, porque por menos que eso ejecutaban a la gente o la mandaban a prisión por el resto de sus días.

Los burgueses, e incluso los burgueses con gran poder económico, eran discretas personitas ordenadas, trabajadoras, buenos católicos, que amaban a sus espositas y sus hijos, pero que giraban alrededor del dinero y que explotaban a los pobres que no tenían mayores oportunidades para cambiar sus condiciones. Como ahora, pero peor. Claro, los burgueses siempre han sido buenos para echar porras y hacerle creer a los pobres que si trabajaban mucho iban a ser como ellos. A lo mejor a los pobres ni les interesaba ser como ellos, aunque sí tener algo más de dinero y de cosas para vivir mejor. Un típico (y caricaturizado) burgués es el Mr. Scrooge de “Un cuento de Navidad”, de Dickens (aunque es un burgués ya del siglo XIX; pero la verdad, nunca cambian).
Otro de los críticos de la aristocracia fue Pierre Bayle, considerado la gran figura de la primera Ilustración, quien ya desde fechas tan tempranas como 1684 sentó las bases para una moral o ética no dependientes de la religión; y que desde 1695, antes de los enciclopedistas, preparaba ya un Diccionario histórico y crítico.
El caso es que la crítica a la aristocracia y su clasicismo en el arte representan un impulso constante de lo que Hausser llama la disolución del arte cortesano, y que se manifiesta por la presencia de rasgos del subjetivismo burgués.
Pero, a ver, en qué consiste eso que Hauser llama el “subjetivismo burgués”. ¿Acaso no existía lo subjetivo entre la aristocracia? Lo subjetivo es lo que se refiere al sujeto, o mejor, lo que nos muestra como sujetos individuales, y ciertamente los aristócratas no dejaban de ser sujetos, con una colección de diversas personalidades, vivencias emocionales y una buena cantidad de vicios y también, al modo de cada quien, de virtudes.
Lo que sucede es que en el arte cortesano no se revelaban sino los ideales aristocráticos de grandeza, que como ya se dijo, se conectaban con el heroísmo y el papel casi divino de sus representantes. No reflejaban nada, o casi nada, de la vida cotidiana de estas personas, sino que, más bien, se trataba de su “imagen oficial”.
En cambio, el mundo burgués, hasta cierto punto, se interesaba más en el individuo, en su vida íntima y sus sentimientos, ya que dependía de ellos, porque hay que recordar que los burgueses fueron, en un principio, artesanos que producían manufacturas, que comercializaban, y por lo tanto distribuían diversos productos, tanto básicos (alimentos), como utilitarios y hasta inútiles (telas, muebles, vestimenta y todo tipo de objetos lujosos). La aristocracia no; ella recibía por herencia sus beneficios y privilegios, eran dueños de tierras, de súbditos, destinos, impuestos y riquezas. ¿Y eso qué? Pues nada, que los burgueses, a fuerzas, necesitaban convencer a sus compradores, y por lo tanto conocerlos, en su diversidad, en sus gustos, en sus recursos y formas de vida. Necesitaban entrar en contacto directo con ellos, conversar, regatear y hasta  simpatizar. No es tan difícil entenderlo para nosotros, porque seguimos experimentándolo en cierto grado. En todo caso la publicidad de nuestra época usa todo su conocimiento de la psicología de sus clientes potenciales para atraernos (y hasta seducirnos). El burgués de la época del absolutismo y el predominio de la aristocracia vivía las interacciones cotidianas de la calle y de los mercados. Estaba en contacto con la gente, y en mucho, formaba parte de esa misma gente, cosa que no sucedía con los aristócratas, que vivían en un mundo paralelo y distante del pueblo.
Por otro lado los burgueses iban haciéndose más importantes, por su poder económico, y la influencia que éste podía tener en las esferas de la economía y la política, e incluso, comenzaban a influir en la visión del mundo de los propios los aristócratas. Es por ello que desde adentro del arte cortesano se empiezan a manifestar los gustos de la mentalidad burguesa.
Las cualidades de esta influencia son, como más o menos ya se dijo, la tendencia hacia lo íntimo y lo “gracioso”, es decir, no lo chistoso, sino lo “coqueto”, los detalles curiosos, tiernos, pintorescos, llenos de cotidianeidad, que representan a una mentalidad no heroica, en donde es más importante la expresión de lo personal, que las fórmulas preestablecidas. Comienzan a hacerse más presentes el emocionalismo y el naturalismo de lo espontáneo e inmediato, en contraposición al racionalismo y la grandiosidad clasicista de la aristocracia, y su gusto por el hedonismo y el libertinaje, representados, entre otros, por el marqués de Sade. El mundo burgués era, en cambio, más sobrio, dedicado al trabajo y a las obligaciones familiares.
A fin de cuentas, al aumentar las relaciones entre alta burguesía y aristocracia, se da un proceso de fusión que en buena medida tiende a producir una especie de clase social “mixta”. En especial la nobleza más baja tiende a la rebeldía frente a la alta nobleza y a identificarse con los intereses liberales burgueses. Así inicia la evolución, según Hauser, que  “culmina en los cambios sociales internos en Francia e Inglaterra” que por un lado se concretan en la Revolución Francesa, y por otro en el Romanticismo. Este proceso comienza a darse en el periodo conocido como la Regencia, en Francia, a inicios del siglo XVIII, entre 1715 y 1723.
Una evidencia de este proceso en la literatura es la evolución de la novela caballeresca a la novela pastoril, que se aproxima a la idea del realismo moderno. Es en este género pastoril en donde aparece la “primera auténtica novela de amor”, según Hauser: la Astrea, de Honoré d´Urfé.
Otra evidencia es la novela libertina, que se acerca al concepto del mundo de las clases medias. Un autor representativo es Choderlos de Laclós. Su novela Relaciones peligrosas (nada que ver con una telenovela que se llama igual), se adaptó al cine en los años ochenta, del siglo XX, y actúan Keanu Reeves, Uma Thurman, Glenn Close y John Malkovich. La dirigió Stephen Frears en 1988. No es difícil conseguirla. Otro autor es Restif de la Breton, más cercano al efecto erótico, y a la obra del maqués de Sade. La obra de estos autores es contemporánea a la Ilustración y cercana a la época de la Revolución Francesa, pues publican alrededor de los años de 1780. 

sábado, 25 de febrero de 2012

Hölderlin y Nerval. Instrucciones adicionales.

A. Imprimir y traer las dos versiones de El desdichado, de NErval.
B. Resolver la siguiente GUÍA en el cuaderno, en relación con el ensayo sobre Hölderlin (no imprimir el ensayo):


1.       ¿En qué consiste un “delirio”, según Metzinger?
2.       ¿Bajo qué características se dejó llevar Hölderlin, según el texto, por el delirio y qué papel juega el nombre de Scardanelli?
3.       ¿Junto a qué filósofos estudió Hölderlin?
4.       ¿Cómo surge, a partir de la vida real, el personaje de Diótima en los poemas de Hölderlin?
5.       ¿Cuál es el título de la tragedia escrita por Hölderlin y cuál es el papel de su personaje?
6.       ¿Cuáles eran las manifestaciones de la supuesta esquizofrenia de Hölderli, o bien, en qué consistía su delirio?
7.       Según el autor del texto, el uso de términos abstractos en la poesía escrita en la época de su enfermedad mental representa un empobrecimiento, ¿cómo se explica esto a partir del concepto de “visibilidad”, de Italo Calvino?
8.       Según Wallace Stevens, ¿qué aborda la imagen poética?

C. Leer el texto "Hölderlin, el hombre que creció "en los brazos de los dioses" y copiar los datos biográficos básicos en el cuaderno.


D. Imprimir y traer los poemas que están a continuación.


Gérard de Nerval


Las Quimeras

       Gérard de Nerval

          El Desdichado

Je suis le ténébreux -le veuf- l’inconsolé,
Le prince d’Aquitaine à la tour abolie:
Ma seule étoile est morte, et mon luth constellé
Porte le soleil noir de la Mélancolie.

Dans la nuit du tombeau, toi qui m’a consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d’Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon cœur désolé,
Et la treille où le pampre à la rose s’allie.

Suis-je Amour ou Phoebe? ... Lusignan ou Biron?
Mon front est rouge encor du baiser de la reine;
J’ai rêvé dans la grotte ou nage la sirène...

Et j’ai deux fois vainqueur traversé l’Achéron:
Modulant tour á tour sur la lyre d’Orphée
Les soupirs de la sainte et les cris de la fée.


          El Desdichado

Yo soy el tenebroso -el viudo- el desconsolado,
Príncipe de Aquitana de la torre abolida:
Mi sola estrella ha muerto, y mi laúd constelado
Ostenta el negro sol de la Melancolía.

En la noche sepulcral, tú que me has consolado,
Regrésame el Pausílipo y la mar de la Italia,
La flor que tanto amó mi corazón desolado,
Y la parra donde el pámpano a la rosa se alía.

¿Soy yo Amor o soy Febo?¿... Lusiñán o Birón?
Mi frente aún está roja del besar de la reina;
He soñado en la gruta que nada la sirena ...

Y crucé el Aqueronte dos veces vencedor:
Modulando en la lira de Orfeo alternaba
Los suspiros y clamores de la santa y el hada.

Versión: Fernando Montesdeoca